Liberdade de Informação: e o direito que os cidadãos têm de ser informado de tudo que se relaciona com a vida do Estado, e que, por conseguinte é de seu peculiar interesse. Esse direito de informação faz parte da essência da democracia. Integra-o a liberdade de imprensa e o direito de ser informado. Artigo 5º inciso XXXIII, da Constituição Federal. Prof. Franscisco Bruno Neto.

28 de novembro de 2010

CAMPOS DE TRABALHOS FORÇADOS NA COREIA DO NORTE - En el gulag norcoreano

Fuzilamento
Fugindo da fome, na Coreia do Sul se refugian 20.000 norte-coreanos como Kim Hye-sook, que esteve 28 años em um campo de trabalhos forçados.


PABLO M. DÍeZ / ENVIADO ESPECIAL A Seúl

http://www.abc.es/
Día 28/11/2010
 
Kim Hye-sook ha pasado más de la mitad de su vida en un campo de trabajos forzados de Corea del Norte: 28 de sus 48 años. Nacida en 1962 en Pyongyang, fue internada cuando aún no había cumplido 13 años en el campo número 18 de Bukchang, en la provincia de Pyongan sur.

Ningún tribunal la juzgó y nadie le comunicó su delito: ser la nieta de un desertor a Corea del Sur. Como castigo, sus padres, su abuela y hermanos menores fueron encerrados en 1970 para comenzar su reeducación. Ella les siguió cinco años después.

«Me asusté cuando llegué al campo y vi las alambradas», recuerda para ABC la mujer, que ni siquiera reconoció a su madre. «Estaba tan delgada y demacrada que su cara había cambiado. Mi padre había desaparecido del campo un año antes», lamenta.

¿Se fugó o lo ejecutaron? Kim aprendió pronto que en el campo no se hacen preguntas. Solo se trabaja duro, se come poco y se vive con miedo. «Nuestra casa era una cabaña de barro sin paja en el techo. Hacía mucho frío y, cuando llovía, nos mojábamos y se colaban las serpientes», explica en su apartamento de Seúl, adonde llegó en abril del año pasado tras huir de Corea del Norte.

Desde que finalizó la guerra en 1953, al Sur han desertado 20.000 norcoreanos; 3.000 el año pasado y más de 2.000 en lo que va de este. La mayoría huye del hambre, pero otros han sufrido la represión del régimen estalinista de Kim Jong-il, que ha avivado la tensión entre las dos Coreas con el bombardeo sobre la isla de Yeonpyeong.

Aunque la propaganda lo ha bautizado como el «Querido Líder», dirige un siniestro «archipiélago gulag» de campos de reeducación mediante el trabajo. Son los denominados «kwan li so», donde según las organizaciones de derechos humanos se pudren 200.000 prisioneros políticos.

Los desertores refugiados en el Sur han desvelado seis «campos de control total». Entre ellos destacan, con 50.000 detenidos cada uno, el número 22 en Hoeryong (provincia de Hamgyong norte) y el 14 en Gaechon (Pyongan sur). En el 18, donde estaba Kim Hye-sook, hay unos 10.000, sometidos a las mismas atrocidades que sufrió ella.

«Hasta los niños trabajan transportando ladrillos o, desde los 13 años, bajando a la mina y acarreando cestos con 25 kilos de carbón», indica la superviviente del gulag, donde la comida era, básicamente, maíz humedecido. «Ocho kilos al mes para toda la familia, que luego se reducían a cinco al secarse y no llegaban para tantas bocas», se queja la mujer, que se quedó en los huesos y comía alfalfa para llenar el estómago. «En contadas ocasiones, nos daban arroz de la peor calidad. Y un poco de carne solo en fechas especiales como los cumpleaños de los líderes, pero muchos presos sufrían diarreas por la falta de costumbre», señala Kim, cuya madre murió en 1979 al caer por un precipicio y a quien relevó en la mina.

«Estaba muy profunda y arrastrar las vagonetas era un infierno», resume su vida en el campo, donde cada mes había varias ejecuciones públicas. «Nos convocaban por los altavoces y teníamos que presenciar los fusilamientos. Mataban a la gente por robar comida, intentar huir o incluso por preguntar los motivos de su encarcelamiento», asegura la mujer, que vio su primera ejecución al poco de llegar. Según recuerda, «ajusticiaron a dos personas porque habían reparado el coche de un guardia y se había vuelto a romper. Enfrente de todo el mundo, incluidos los niños, tres soldados les disparaban a la cabeza, el corazón y las piernas. Aterraban los disparos, pero los condenados no gritaban ni lloraban porque tenían vendados los ojos y la boca».

Entre ejecuciones, torturas, calamidades, hambre y, sobre todo, horror, los años pasaron en el campo, una ciudad de famélicos espectros humanos. «Caminábamos descalzos sobre la nieve y con la ropa remendada. A mí se me heló un dedo y me lo cortaron», dice mostrando medio pulgar, «pero a otros les amputaron piernas y brazos».

En los 80 murieron uno de sus hermanos y su abuela, así que ella se ocupó de la familia. «Pasar hambre se acepta y ver las ejecuciones, también. Pero lo peor era que los hijos de los guardias maltrataban a los reos escupiéndoles y obligándoles a tragarse su propia saliva», rescata de su memoria.

Lo único bueno que le trajo el campo fue a su marido, otro prisionero con el que se casó en 1990 y que le dio dos hijos. La situación, terrible de por sí, empeoró durante la «Gran Hambruna» a mediados de los 90, «cuando teníamos que comer raíces y cortezas de los árboles y hasta se veían cadáveres por el campo».

Por el gulag circulaban historias de gente que había llegado a comerse a los muertos y de una madre que mató y cocinó a su hijo. Kim asegura que los guardias de la Agencia Nacional de Seguridad, encargada de vigilar los campos, le obligaron a sacar de una bolsa encontrada la cabeza, las manos y los pies de un niño.

Las riadas(inundações)

Su marido murió en un accidente minero en abril de 2001, un año antes de que fuera liberada en verano de 2002 junto a sus dos hijos, pero dejando en el campo a sus hermanos. Sobreviviendo como una apestada social, trabajaba en el mercado negro cosiendo ropa. Así ahorraba para cuidar a sus hijos, que desgraciadamente perecieron en unas riadas.

Gracias a una amiga con contactos, en agosto de 2005 atravesó el río Tumen para cruzar la frontera con China, estrecho y poco profundo en algunos tramos. «En la oscuridad de la noche, un soldado norcoreano me agarró por el brazo pero, en lugar de detenerme, me llevó al otro lado, donde mi amiga le pagó un soborno», desgrana Kim, a quien las redes de tráfico de seres humanos vendieron como esposa a un campesino chino por 7.000 yuanes (792 euros).

Con el dinero que reunió, pagó a los «rescatadores» cuatro millones de won (2.613 euros) para atravesar China y cruzar Camboya hasta Tailandia, donde pidió asilo político en la Embajada surcoreana en marzo del año pasado. En abril aterrizó en Seúl. Como todos los desertores, fue interrogada por los servicios de inteligencia antes de pasar el periodo de adaptación en el centro de Hanawon, donde conoció a su actual compañero, un mando del Partido de los Trabajadores que huyó del país.

ENVIADO ESPECIAL A SEÚL

Fonte: http://www.abc.es/20101128/internacional/gulag-norcoreano-20101128.html

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